EL HAMBRE EMOCIONAL

Un día me preguntaron que había comida el día anterior y por más que lo intenté no recordaba; ni la hora en que había comido, pero sí recordé que el plato de comida estaba a un lado de la computadora porque estaba trabajando mientras llevaba los bocados a mi boca; no recuerdo si era algo dulce o salado o si me gustó o no, solo sabía que tenía que comer algo por que no había desayunado. Y está historia se repitió mucho tiempo y se la estaba transmitiendo a mi hija pues ella también comía frente a la televisión o a la computadora porque comíamos cada quién por su lado, mamá estaba ocupada y ella lo entendía así.

Hasta que un día y motivada por la relación afectiva que tengo con ella, me dispuse a darme el tiempo de cocinar y comer juntas; a involucrarla a ella en el proceso de preparar nuestros alimentos y sentarnos juntas mientras escuchamos música, platicamos de todo un poco y a veces porque no vemos alguna serie en la televisión juntas. Esto se volvió en una parte vital de nuestros días; y sí algunos días volvemos a comer separadas, pero esto es algo ya muy esporádico.

Las emociones son parte importante de nuestra alimentación y es por eso que debemos darle la importancia adecuada; pero antes de hablar de que es el hambre emocional definamos un poco que son las emociones.

Se puede definir a las emociones como respuestas psicofisiológicas; ya que el cuerpo y la mente están en continua relación con los estímulos tanto internos como externos; siendo los internos las vivencias y percepciones de la persona, y los externos todo el entorno alrededor como un momento social o cultural. De esta manera se puede concluir que no hay emociones buenas o malas, ya que todas están ahí para decirnos algo, tenemos que aprender a escuchar a esa fuente de información interna para aprender a manejarnos frente a las cosas que suceden en nuestro interior y nuestro exterior.

Daniel Goleman (2005), nos da una perspectiva desde un ámbito diferente. “Recordemos que, en el ámbito de la arquitectura, los tímpanos son efectos colaterales y "gratuitos" de las bóvedas y de los arcos que, si bien pueden desempeñar un papel decorativo, carecen de toda función estructural.”

En 1994, Owen Flanagan pronunció una conferencia en la Society for Philosophy and Psychology titulada "Deconstructive Dreams: The Spandrels of Sleep" basada en la teoría de los ''tímpanos" de la evolución de Stephen Jay Gould y Richard Lewontin. Desde esta perspectiva, existen ciertos aspectos de la conducta humana que carecen de todo valor de supervivencia y que pueden ser considerados como los "tímpanos" de la arquitectura, meros subproductos que poseen un valor puramente ornamental. En opinión de Flanagan –una opinión, por otra parte, sugerida por la investigación pionera realizada al respecto por Alan Hobson en Harvard, aunque los sueños poseen un valor adaptativo, no fue ése el propósito que les confirió la Madre Naturaleza. Es cierto que los sueños pueden ser enriquecedores y servir para la exploración de uno mismo, pero en modo alguno son, desde esa perspectiva, esenciales para la supervivencia.

No todas las emociones humanas son adaptativas, Flanagan coincide con una visión evolucionista donde se pregunta por el valor adaptativo que tiene cualquier rasgo humano incluido las emociones. También Paul Ekman nos menciona que los ajustes son necesarios para adaptarse a un determinado entorno. Y es así que nos preguntamos si las emociones básicas con las que contamos tienen una función evolutiva y con esto convertirse en “tímpanos” de la conducta humana, es decir, elementos con los que contamos pero que en realidad no le damos un peso útil y por ello no las necesitamos.

La alimentación está ligada a nuestras emociones de diferentes maneras desde que nacemos; con la relación que forjamos con la lactancia materna y nuestros primeros alimentos. Las diversas teorías del desarrollo como Freud, Piaget, Bandura, etc, nos dicen cómo la personalidad, las habilidades y el aprendizaje del ser humano se va forjando a lo largo de su vida y todas las experiencias son el parteaguas que define nuestro camino.

Desde niños le damos un peso afectivo a la comida, con nuestro pastel de cumpleaños que brinda felicidad, hasta esa comida que nos brinda paz, bienestar, seguridad y amor. Luego tenemos alimentos “regalo” como los dulces de la fiesta, chocolates para festejar algo o hasta cuando nos cocinan por una celebración espacial. Y por qué no, hasta cuando nos sentimos tristes nos llenan de patrones culturales como el helado y el chocolate cuando tenemos una ruptura amorosa.

Es esta relación afectiva que tenemos con la comida es la que puede llegar a hacerla tan peligrosa, ya que asociamos el sentirnos “bien” con la ingesta de alimentos; algunos están formados por determinados compuestos que influyen a nivel neuronal.  Un ejemplo de ello puede ser el chocolate, que contiene triptófano y feniletilamina; sin embargo, esta sensación de bienestar es momentánea ya que realmente no estás trabajando en el fenómeno que te llevo al consumo.

Para poder trabajar con el hambre emocional es imperativo diferenciarla del hambre real y así tener una ingesta más consciente y poder trabajar con ella; antes que nada, es importante formar un equipo de trabajo multidisciplinario; incluidos nutriólogo y psicólogo que puedan caminar contigo en la obtención de tu mejor versión.

El paso más importante es entender que la comida no es algo negativo y no es el problema; si no que tenemos que ir al trasfondo de ello y descubrir que estamos cubriendo con la comida.

Prestar atención a lo que comemos y hacerlo de una manera más consciente; una buena técnica es comer con música (no viendo algo en la televisión) y los primeros bocados hacerlos con los ojos cerrados y percibir las sensaciones que tenemos, está caliente, frío, áspero, suave, cremoso, dulce, picoso, y que olores percibimos. Esta técnica de mindfullnes nos permite estar aquí y ahora en el momento de comer, para disfrutar de una manera más consiente los alimentos y disfrutar el momento.

Al igual practicar la meditación ayuda a los procesos de ansiedad y estrés que nos llevan al hambre emocional; si no te gusta o consideras complicado practicar la meditación, puedes utilizar ejercicios de respiración que te ayuden a estar concentrado y tranquilo.

Otra manera de combatir el hambre emocional es no comer por aburrimiento; y en esos momentos tener bocados saludables, pero sobre todo ocuparnos en algo que nos brinde atención plena como ejercicio de gimnasia cerebral, o una actividad que nos brinde los mismos procesos neuronales que el alimento que ingeriríamos, por ejemplo, hacer ejercicio en vez de comer chocolate libera los mismos neurotransmisores.

Te has preguntado por que últimamente se te antojan cosas más dulces o saladas; por qué hay días que tienes más hambre que otros, culturalmente en México nos apapachamos con la comida y nos premiamos con una cena, o con unos taquitos después de una semana de mucho trabajo. Y también hay variables importantes cómo la región en donde vivimos y cómo aprendimos a comer en familia, todos en la mesa o cada quién por su lado.

Mejorar la relación que tenemos con la comida es posible, pero tenemos que poner manos a la obra y hacernos responsables de nuestro cuerpo y nuestra mente por igual; bríndale la misma importancia a tu bienestar físico que a tu bienestar emocional y encontrarás el equilibrio.

 

L. P. Fabiola Ivvet Vazquez Mayo

 

Bibliografía complementaria:

Adriana Esteva. (2018). Comiendome mis emociones. México: Editorial Diana México.

Jan Chozen Bays (2013). Comer atentos: guía para redescubrir una relación sana con los alimentos: Editorial Kairos.

Daniel Goleman (2005). Emociones destructivas: Editorial Kairós.

Geneen Roth (2014). Cuando la comida sustituye al amor: Ediciones Urano.

Charles G. Morris (2011). Introducción a la psicología: Editorial Pearson.

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